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El vecino de Arriba

Updated: Apr 30, 2021

Me costó reconocer el sonido. Normalmente el timbre de la puerta del departamento es algo que no suelo escuchar. La gente toca el portero eléctrico y yo soy de abrirles mientras suben por el ascensor. En plena cuarentena el timbre era un sonido lisa y llanamente extravagante.

Cuando finalmente entendí qué era, me preocupé. Imaginé que debía ser la policía, aunque no tenía idea de cuál podía ser el motivo. Abrí la puerta esperando encontrar gente con trajes tipo “El Eternauta”, pero no. Era un desconocido.

Vivo en una de esas pajareras de veinte pisos con departamentos que van del A al J, así que no es tan sorprendente que no conociera a la persona que estaba a mi puerta.

-Hola, soy del segundo B, tu vecino de arriba.

Quizás me lo había cruzado en el ascensor alguna vez y no me llamó la atención, pero después de dos semanas de no ver a nadie, más que a través de una pantalla, se me antojó hasta lindo y lo invité a pasar.

Él dudó. La cuarentena había vuelto extraños hasta los gestos más comunes. Finalmente me sonrió y entró. Decidí no ofrecerle un café ni invitarlo a sentarse. Terminamos charlando de pie en el medio del living. Me cayó bien el vecino, aunque vino a preguntarme algo bastante raro.

- ¿Todo normal con tu techo?

Me dijo que sentía que se le movía el piso. Gesticulaba con las manos como si pasara un subte o hubiera un terremoto. Le dije que no, que no sentía nada, pero intercambiamos números de whatsapp y le prometí que si notaba algo raro le avisaba.

Lo siguiente que supe de él fue cuando me mandó un mensaje, dos días después.

“Ahora siento lo del piso, ¿tu techo normal?”

Sí, mi techo normal. Intercambiamos un par de comentarios más sobre otras cosas. Me hizo reír.

Me descubrí a mí misma pensando cada tanto en él. Y la próxima en mandar un mensaje, con algún pretexto intrascendente fui yo.

Terminé invitándolo un día de estos a tomar un café en casa.

“Si no salimos a la calle no creo que estemos rompiendo la cuarentena” le puse. “Y si le tenés miedo al bicho podés traer tu propia taza”. Me respondió con un emoji sonriente. Pero cuando bajó dos días después, no fue para tomar un café.

- Desde ayer que el suelo me vibra sin parar, necesito ver tu techo.

Me asustó. Tenía mucho peor aspecto que cuando lo vi por primera vez. Ojeras profundas y la barba bastante descuidada.

- Tu techo no se mueve -se sentó en una de las sillas del living sin esperar a que yo se la ofreciera-. Hace tres días que no duermo. A la noche es mucho peor.

Estaba derrumbado sobre el asiento. Agotado. Casi sin mirarme me dijo:

-¿No querés subir? A ver si vos sentís lo mismo que yo.

No, por supuesto que no. No iba a subir al departamento de una persona que había visto dos veces en mi vida y que claramente se estaba volviendo loca por el encierro.

Él ni siquiera esperó a que le respondiera. Me pidió disculpas y se fue casi corriendo.

No volví a escribirle, ni él a mí.

Un par de días después lo pude ver desde mi balcón caminando por la calle con el carrito de las compras. Me costó reconocerlo. Un poco por el tapabocas, pero más que nada porque estaba encorvado y demacrado. Estuve a punto de saludarlo pero me dio miedo. No sé por qué.

La noche en que anunciaron que la cuarentena se iba a extender hasta junio lo escuché gritar a través del techo. Gritaba “¡BASTA!”, gritaba “¡por favor!”, lo llamé y no me atendió. Le mandé un whatsapp y me respondió “ se está ondulando”. Subí a golpearle la puerta. Me encontré con dos vecinos del segundo piso que también querían ver qué pasaba. Lo escuchábamos rogar que se acabara, lo escuchábamos llorar; pero no abría la puerta y no respondía a nuestras llamadas.

Finalmente oímos un ulular profundo y entonces sí sentimos que el piso vibraba a tal punto, que nos costó mantener el equilibrio. Luego un sacudón y nada.

Cuando logramos abrir la puerta encontramos el departamento en perfecto orden. Como si lo hubieran limpiado y ordenado recién.

De mi vecino, sin embargo, nunca volvimos a saber nada.



Fin



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